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Se amaban, y no encontraban suelo en estas tierras donde pisar con la firmeza, con la certeza que anhelaban. No encontraban nada en estos mundos que valiera, en el fondo, lo suficiente. Tal era su desamparo, tan grande su desilución, que ni amarse podían sin sentirse como ahogados por quién sabe qué. Y decidieron salir a buscar.
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"Lo dejaremos todo, aunque nos duela, y viajaremos hacia donde sea que podamos, y llegaremos lo más lejos que podamos llegar"
"Y luego...?"
"Y luego, luego nada: eso es todo... habremos encontrado algo, o nos convenceremos de que no hay nada aquí para nosotros".
Y lloraron una noche entera hasta agotarse, y se durmieron enlazados, mientras sus apenas algo más que veinte años de vida entre ciudades y reglas del juego se rompían en pedazos en tan solo un instante. Y qué extraño placer sintieron de que aquel vacío los abrazase: todo y nada les quedaba por delante.
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Explicarle a las familias era imposible. Frente a ellos todo aquello los avergonzaba. Los avergonzaba hablar de amor frente a sus padres, hablar del mundo o del sistema a sus abuelos... tan difícil es hablar de lo que siente uno con un alguien que no puede, que no quiere, en forma alguna comprenderlo. Escribieron dos cartas: la de Adela explicaba a los padres de Santiago las razones que él tenía para hacerlo; la de Santiago explicaba a los padres de Adela las de ella. Eso les pareció lo mejor.
Abrazaron tanto a sus amigos al partir que les ardieron las manos durante las primeras horas del viaje. Santiago conducía el auto de su padre con orgullo, Adela no dejaba de llorar ni siquiera para besarlo o reirse de alguno de sus chistes. Era un hermoso amanecer en Buenos Aires, y dos almas inquietas se alejaban por una ruta desierta.
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Escribieron desde Lima. Habían vendido el auto y comprado una vieja camioneta Ford. Decían estar bien, decían extrañar a todos, lo segundo era verdad.
Escribieron desde Ecuador, y también desde alguna ciudad en Colombia. Relataban todo aquello que veían y todo aquello que pensaban, y nadie se había sentido jamás tan cerca de ellos como al leer sus cartas. y aún en las más tristes, y aún en las más oscuras, sus amigos se sentían inspirados y sus padres no podían evitar alguna lágrima, quizás de angustia, quizás de orgullo.
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Era treinta de noviembre cuando a las dos casas llegaron dos cartas idénticas, eviadas desde un pueblo de México. Había pasado, ya, un año. Sus padres, sus amigos, sus abuelos, la ciudad entera: todo estaba un año más viejo. Ellos estaban ya un año más lejos. Y no había carta ni postales dentro: tan solo un montón de papeles arrugados, amarillos, un año más viejos que cuando habían entrado en aquel sobre, y una frase, tan solo, al final, una frase escrita con tinta azul doce meses atrás: "ya hemos visto suficiente, lo lamento".
Dos cartas idénticas fue todo lo que dejaron: ni una huella, ni una mancha en el cuarto de algún hotel, ni nada. Se fueron con sus cuerpos, se fueron con sus huesos, se fueron con sus sueños, y el mundo, hoy, pesa dos almas menos.
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1 comentario:
belleza ilesa
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